sábado, 6 de junio de 2009

Villar de Fallaves (In my heart)

Perdónenme ustedes si alguna vez me pongo sentimental. No es intención mía tocar la fibra sensible de los que se asoman a este blog, ni pretendo recurrir a la evocación fácil de los años vividos hace tiempo, aquellos años de los que solemos siempre guardar únicamente lo mejor.
El caso es que hoy necesito hacer un esfuerzo en la memoria pues desde hace tiempo me viene rondando la idea de hacer un pequeño homenaje al lugar que conoció al niño que fui: Villar de Fallaves.
Así es. Mis primeros recuerdos están allí, junto a un camino empedrado. Un camino que vi convertirse en carretera cuando las máquinas pusieron brea y alquitrán sobre sus piedras blancas de aristas cortantes. Para alegría de mi padre, aquel suceso nos unió definitivamente con el mundo.

No voy a alardear de la dureza de aquellos años sin agua corriente en casa, de electricidad a 125 voltios con continuos cortes de suministro, sin calefacción en unos inviernos terribles que me provocaban constantes "sabañones"...


Pero sí quiero hablar de mis idas y venidas al caño, a recoger agua para casa, con mi madre, con mis hermanos, con Juli... Recuerdo el pilón junto a la fuente... Mientras yo llenaba un cántaro un labrador abrevaba sus mulas tras una jornada de trabajo....
Y no puedo silenciar a mis amigos: Carlos, el de Gabino; Javi, el de Tella; el otro Carlos, el de Gilda; Manel, Chuchi, Miguelito, Toñito... Con ellos corrí mis primeras aventuras descubriendo ese río "inmenso" llamado Valderaduey, como un Tom Sawyer de Tierra de Campos...


Tengo grabados algunos recuerdos de la tienda de Joaquina; del baile de la Cayaya; del fuego en casa de La Rubia; de doña Vale; del Renault 4-L de Miguel del Castillo siempre aparcado junto al Renault 8 de mi padre; de las nevadas invernales; de don Felipe, el maestro, que venía a diario desde Fuentes de Ropel en un ciclomotor; de la estufa de hierro en medio de la escuela; del mes de Mayo y las flores; del señor Leandro, el barbero, que ayudó a traer al mundo a mi hermano porque "se adelantó"; y sobre todo, de doña Milagros, la maestra; sobre todo porque ella es mi madre...

Y cómo no voy a hablar de la iglesia. La iglesia de San Vicente Mártir era el centro neurálgico del pueblo. Su torre gótica, esbelta como ninguna, presidía al igual que un coloso sin habla la vida diaria de la villa y de todos sus acontecimientos, grandes o pequeños. Recuerdo cuando vino el Obispo a las confirmaciones... Debió de ser a finales de los sesenta...


Sus puertas se abrían cada domingo bajo el arco de piedra y su naves se llenaban por completo a la hora de la misa mayor. Me asustaban sus gárgolas que vomitaban ríos de agua cada vez que llovía. Pero me fascinaba aún más contemplar las delicadas formas de aquel pórtico de piedra...
Un día la iglesia se cayó, por segunda vez en su historia. Y aunque actualmente se ha rehabilitado para el culto, la majestuosidad de aquella iglesia gótica y renacentista que conocí ya sólo queda en la memoria de los que vivimos aquellos años tan cerca de ella. Como tantas otras cosas.



Varo.

(Dedicado a mis padres que en Villar de Fallaves vivieron, probablemente, los mejores años de su vida, cuando eran jóvenes.)







domingo, 3 de mayo de 2009

La Plaza Mayor de Villalpando (cinco veces centenaria)

Al igual que todos los caminos llevan a Roma, también todas las calles de la villa llevan a ella, a la Plaza Mayor de Villalpando.
Situada en el corazón de su casco urbano, esta plaza típicamente castellana (y leonesa) sorprende a cuantos visitantes se acercan por primera vez. No es de extrañar pues incluso a mí, que la llevo viendo tantos años, aún me sigue sorprendiendo cada día que atravieso sus diagonales y me paro a mirar desde la sombra de algún soportal, semiescondido tras una columna de piedra. Joya desconocida, diría yo.
No siempre esta plaza fue así.
Volvamos a los años de la repoblacion, allá por 1170, cuando Fernando II de León quiso hacer de esta villa la vanguardia de su reino en una frontera imprecisa con la vecina Castilla que venía pisando fuerte. Entonces, tenía otro nombre, se llamaba "Plaza de las Carnicerías", y dicen que así se la conocía porque en ella se ubicaba la picota donde se ajusticiaba a los reos de delitos graves. En esa época era mucho más pequeña, irregular y tampoco había soportales.
Ha sido un acierto descubrir y dejar marcada la línea de la primera muralla, lo que permite darnos perfecta cuenta de su trazado y dimensiones.
La puerta que existía al inicio de la calle Real -frente al Banco Español de Crédito- y los lienzos de esa primitiva muralla del siglo XII desaparecieron para siempre cuando el progreso de la villa y la tranquilidad que supuso la unión con el reino castellano en 1230 ahogaron los muros adosándose a ellos barrios enteros que hacían inútiles esas defensas. Tras construirse el segundo recinto amurallado (a comienzos del siglo XIV) se vio la necesidad de ampliar la vieja Plaza de las Carnicerías, que desde sus inicios venía dominada por la imponente construcción que la orden del Templo tenía a su cargo: la iglesia de Santa María y la casa-fortaleza adosada a ella
Pero no es sino a partir de 1450 cuando empiezan a acometerse tareas en tal sentido. Se demolió la vieja muralla retranqueándose todos los linderos excepto el de la iglesia. Y, siguiendo a Calvo Lozano, es en esa época cuando comienzan a construirse las casas con soportales en el lugar que ahora las conocemos formándose una plaza completamente rectangular. En el lado de ese rectángulo donde se ubica la iglesia de Santa María del Templo (actual Ayuntamiento), los soportales fueron algo posteriores pues fue necesario un acuerdo con el Obispo de León, Domingo Manrique, para que permitiera al cabildo villalpandino construir esos portales y la casa del Ayuntamiento sobre la fachada de la iglesia. Ese permiso fue concedido en el año 1469.
Es curioso observar que muchos de los materiales que se emplearon para la construcción fueron reutilizados de otros edificios que, o bien se desmontaron o ya eran ruina por entonces. Me refiero, sobre todo, al empleo de varios troncos de columna que nada tienen que ver con el estilo y época de construcción de la plaza. Se trata de columnas retorcidas al estilo romano -no barrocas- o aquellas otras en las que se aprecian profundas muescas que servían para introducir trancos. Pienso que muchos de esos materiales pudieron haberse traido de las viejas villas romanas de los alrededores que han estado sirviendo de cantera hasta hace bien poco.
En los capiteles, son muy llamativos los blasones -todos de la misma época- de las familias hidalgas que poblaban la villa. Es una pena que la mayoría de ellos estén en un pésimo estado de conservación por la poca resistencia que ofrece a la acción de la atmósfera la piedra caliza sobre la que están hechos. También queda algún capitel con figuras zoomorfas muy interesante.
Quiero suponer que los dos escudos nobiliarios del Bar Ideal (antigua casa-fortaleza de la orden templaria) y del edificio del Banesto estuvieron siempre -de una forma u otra- en esas fachadas que miran a la Plaza. En realidad ambos escudos son prácticamente el mismo pues en ellos solo difiere el primer cuartel (los otros tres cuarteles son idénticos), lo que quiere decir que ambas familias eran parientes. Sería muy interesante seguir su rastro en la historia y descubrir qué personas reales hicieron gala de esos escudos de armas.
Por lo demás, para el que nunca haya estado por aquí, le animo a unos minutos sin prisa. Animo a todo aquel que quiera respirar el aire tranquilo de cinco siglos atras. Sólo es necesario sentarse en cualquiera de las terrazas de esta Plaza Mayor, pedir un buen caldo, alguna tapita y pararse a mirar. Si no fuera por el reloj del Ayuntamiento, parecería que el tiempo no pasa en esta plaza de villa vieja, de historias de hidalgos y frontera.
Varo.

sábado, 11 de abril de 2009

LA PROMESA (Cuento Gótico)

Las campanas de la villa sonaban como cada tarde, a las ocho en punto, preludiando el inminente cierre de las puertas. A esa hora, también, se dispensaban los últimos oficios en la capilla de Nuestra Señora, dentro de la vieja parroquia de Santa María. Fabián de Leiros era consciente de ello y por eso cruzó raudo el portón de San Miguel, junto al castillo, penetrando en la ciudad aún sabiendo que finalizadas las vísperas ya no sería fácil llegar a la posada de Olleros, extramuros de la villa.
Pero a Fabián de Leiros no le importaba. Esa tarde debía estar en aquella capilla pues así lo tenía dispuesto.
Enfiló con elegancia la calle de la Soledad, como su condición de hidalgo lo exigía, y cuando alcanzó la plaza de San Isidro alzó su mirada comprobando que allí seguía, impertérrita, la vieja torre mudéjar de Santa María, en el mismo lugar que la había dejado cuatro años atrás.
Fabián de Leiros, hidalgo de Ribadavia, venía para cumplir una promesa.
.........................
Así rezan los primeros párrafos de un relato breve que acabo de terminar. Esta vez no voy a publicarlo en el blog sino que me gustaría hacerlo en papel, junto con otros cuentos.
La historia está ambientada entre los siglos XVI y XVII, en la villa de Villalpando, pero cualquiera que no haya estado nunca allí puede leer sin problemas este relato y disfrutarlo tanto como los mismos villalpandinos. Es la primera vez que recurro a lugares que me son tan cotidianos.
Muchos de los personajes que aparecen forman parte de la historia. Otros, se quedan a mitad de camino o son, sin más, pura invención. No he querido hacer un relato histórico ni un ensayo académico sobre la época, sólo he pretendido hacer un cuento, un cuento serio.
En la foto tomada en el convento de Clarisas de San Antonio de Padua aparece la lápida de doña Ana María de Urueña, una de las personas a las que aludo en esta historia.
Varo.

domingo, 29 de marzo de 2009

Muerte Dulce

Tengo al lado del portátil cuatrocientos folios mecanografiados, a doble espacio. Efectivamente, se trata de la última novela de mi amigo, el escritor Félix González Modroño, titulada "Muerte Dulce".
Hace casi un mes me la envió en un email, aún sin publicar, para que me la fuera leyendo. "Ahí la llevas", me decía en su carta, como si fuera el propio Fernando de Zúñiga quien me la remitiera.
Pues bien, ya la he terminado.
Primero, Félix, te doy las gracias desde aquí, desde mi ventana pública. Te doy las gracias por haberme confiado el fruto de tu trabajo antes que a nadie (o casi nadie), por saberme dentro de ese círculo tuyo tan próximo de personas que te importan y que nos importas. Sinceramente te diré que ha sido un placer disfrutar, casi en exclusiva, de tu nueva entrega.
Como la novela no sale publicada hasta dentro de unos días, nada voy a desvelar ahora de ella, salvo decirles que me ha encantado. Supongo que todos ustedes lo comprenderán.
Simplemente quería dejar anunciado que el próximo 11 de abril de 2009, día de Sábado Santo, a las 8 de la tarde, tendrá lugar la primera presentación oficial de esta novela, en el salón de actos del Ayuntamiento de Villalpando. Y seré yo quien lo haga.
Varo.

martes, 17 de febrero de 2009

Villalpando en el Catastro de Ensenada (2ª Parte)

Desde hace ya un tiempo tenía prometida esta segunda y última parte sobre mis conclusiones relativas al documento conocido como "Catastro de Ensenada", en lo que a Villalpando se refiere. La verdad es que me viene dando pereza la lectura de esa letra semigótica y redondilla, llena de abreviaturas y alguna que otra palabreja que se me escapa... Para colmo de males, el crío me ha extraviado la lupa...
Pero como lo prometido es deuda y como sarna con gusto no pica, ahí van estas últimas concluisiones, alguna de ellas demoledora y desmitificadora, como me atrevería a calificar.
Y la primera cuestión que entro directo a examinar es el tema de LA POBLACIÓN en el Villalpando de 1754:
En el documento se dice textualmente por nuestros antepasados lo siguiente (en cursiva): "A la pregunta veynteyuna dijeron quenestta rreferida villa tiene trescientos y treintta vezinos con la advertenzia que dos viudas componen un vezino, y en las casas de Valdeiunco, del Valle y la Dehesa ay ottros tres vezinos."
Tras leer esta manifestación, lo primero que nos llama la atención es la cifra de 330 vecinos (o familias, que no es exactamente lo mismo, pero para entendernos). Naturalmente, esa cifra no equivale a 330 habitantes. Por eso, tenemos que determinar cuántos habitantes se corresponden por vecino. Y en esto hay unanimidad absoluta. Todos los autores afirman que, en esa época, un vecino equivale a 4-5 habitantes, según la zona. Quiere esto decir que la familia tipo se componía del "paterfamilias", la esposa de éste y una media de 2-3 hijos (eran los llamados "almas de comunión"). Naturalmente que había familias con un número mucho mayor de hijos, pero también las había sin ellos y la mortalidad infantil hacía auténticos estragos. Por eso se fija -sin discusión, insisto- en 4-5 personas el número de miembros que componían una familia (o vecino) Si tomamos la cifra mayor, es decir, si consideramos que la media de las familias villalpandinas era de cinco miembros por familia, las cuentas salen rápido: 330x5=1.650 habitantes. El hecho de que cada dos viudas haya que computar un vecino y que en las casas del Valle, la Dehesa y Valdehunco haya otros tres vecinos no distorsiona significativamente la cifra real de 1600-1700 habitantes en el Villalpando de 1754, prácticamente como ahora.
Benavente, sin embargo, mucho más grande ya entonces que nuestro pueblo, contaba, según el Catastro con un total de 717 vecinos, es decir, su población era de 3.585 habitantes, algo más del doble que la de Villalpando.
En apoyo de todo lo anterior, diré que también el Catastro de Ensenada dice -en la respuesta nº 22- que nuestra villa cuenta con 363 casas, de las cuales 324 son habitables. Los números cuadran casi a la perfección: 330 vecinos para 324 casas habitables.
Con todos estos datos deberíamos quitarnos de la cabeza esas historias que hablan de un Villalpando antiguo con 10.000 habitantes. Jamás se alcanzó esa cifra en nuestra historia antigua, ni la mitad, ni la cuarta parte, casi con seguridad. El estudio de la población de Villalpando a lo largo de su historia será objeto de un artículo específico que publicaré más adelante, en este blog. Por último, diré que la población de toda España (sin incluir colonias) era entonces menor a 10.000.000 de habitantes.




Otro capítulo interesante que nuestros antepasados describieron pormenarizadamente es el relativo a los BIENES DEL CONCEJO:
La impresión que he sacado al leer este apartado es que nuestro Concejo, nuestro Ayuntamiento, era, más bien, rico. Describo, a continuación, un listado de bienes propiedad del concejo y las rentas que de ellos se obtenían (o que podrían obtenerse si se arrendaran):
- Varias casas en la plaza, algunas con "avistamientos" (¿locales comerciales?): 33 reales, cada una.
- Panera en la "colación" de Santiago (junto a la vieja iglesia de Santiago): 66 reales de renta.
- Monte Raso de la vereda de Madrid, de 2.334 yeras: 6.000 reales de renta.
- Teso de las Vacas (1.749 yeras): Estaba sin arrendar.
- Prados al Herbazal, a San Julián, a Entreríos, a Castrillo: 300 reales cada uno.
El Concejo era titular, también de varias fincas rústicas de labor y eras que omito para no cansar.
Otra fuente de ingresos del Concejo, tan importante como la anterior, eran los derechos de los que éste era su titular. Así por ejemplo:
- Derecho de espigueo: se les cobraba a los ganaderos 5.300 reales al año.
- Derecho del Peso en las tiendas: 150 reales
- Derecho de Peso de lana: 150 reales
- Aprovechamiento de ribera: 150 reales
- Derecho de cuarto fiel medidor: (sin cargo)
También se describen muy pormenorizadamente las CARGAS DEL CONCEJO, de las que voy a citar sólo algunas:
- 440 reales de la fiesta de la Concepción.
- 130 de la Candelaria
- 760 del Corpus
- 480 de San Roque (parece que el Ayuntamiento se gastaba más dinero en otras fiestas en aquella época)
- 400 reales de la novena de Nuestra Señora de Emisfeliz.
- 120 reales de papel sellado.
- 120 para el que toca "La Queda".
- 750 reales de un censo que había que pagar al convento de San Antonio de Padua.
- 88 reales del abogado.
- 8 reales para el predicador que da los sermones en Cuaresma.
- 150 para la matrona del pueblo.
- 300 reales para el maestro
- Otros 300 reales para un guarda de los plantíos.
- 66 reales de un refresco que da el Ayuntamiento
- 69 reales a la Mesta
- 696 reales de un foro que hay que pagar al Duque de Frías.
- 50 reales para el mensajero que va a Madrid a llevar los nombramientos.



En relación al SECTOR SERVICIOS:
Dice el Catastro que no hay tabernas y que el vino que se consume se vende directamente por los cosecheros en sus casas. Sin embargo hay 5 mesones, a los que se les calcula unas ganancias de entre 450 a 650 reales. Hay tres joyerías, una carnicería y una abacería (tienda de ultramarinos). Sin embargo, indica el catastro que no hay panaderías, "por venir de fuera a venderse". Las dos tahonas que sí existen sólo cuecen para casa.
También existe una Casa-Hospital, "que sirve para refugio de pobres y enfermos que se acogen en ella".
No contaba Villalpando con cambista mercader (banqueros), pero sí con un médico, un cirujano, tres sangradores, un notario, boticario, 3 escribanos, un abogado, maestro, estafetero, confitero, carpinteros, varios tejedores, demandadero, arrieros y sacristán. También existía un Administrador del duque de Frías que vivía de continuo en la villa. De todos ellos se indica con gran precisión sus nombres y apellidos y a cuánto ascendían sus sueldos y rentas. A la pregunta 34 nuestros antepasados respondieron que no había en Villalpando ningún artista.
En relación a los JORNALEROS de la villa, se dice que "es muy corto su jornal pues en tiempo de invierno se les paga a real y medio (el día), y en verano dos reales y de comer". Se calcula una ganancia anual de 275 reales para el "servicial" (jornalero) que más gana de todos los existentes en la villa.
Son muy curiosas las referencias que se continen en los últimos páginas del documento. Por ejemplo, en la respuesta que nuestros ancestros dan a la pregunta número 36, estos contestan así (textualmente): "Ala pregunta treinta y seis dijeron que enesta rreferida villa no hay pobres que pidan limosna, sin envargo de haver muchos que no tienen vienes muebles ni rraices algunos y estos se mantienen con su sudor y travajo personal"
También consta en el documento que había 23 clérigos, incluidos dos canónigos de León y un monje benito "que es cura párroco de la iglesia de San Lorenzo".
Existen en 1754, fecha del Catastro, tres conventos en Villalpando: dos dentro del casco urbano y otro cerca de sus muros (San Francisco), con 16 monjes. Respecto de los dos conventos que estan en el interior de la villa, uno es el de Santo Domingo, con 14 religiosos y el otro es "de religiosas franciscas de la orden de nuestra santa madre Santa Clara que tiene actualmente veinticinco religiosas, las veinte de velo entero y las cinco restantes legas".
Pues bien. Aquí terminan las respuestas que los villalpandinos dieron al interrogatorio real. Tras su lectura podemos sacar una fotografía del Villalpando de 1754. En mi opinión se trata de la fotografía de una villa venida a menos, escasa o carente de muchos servicios básicos, cargando con la enorme losa que suponían los pechos y foros que los villalpandinos debían a su señor, el duque de Frías, y soportando una elevada población jornalera que vivía con escasos recursos (carne de emigración, por tanto).
Pero tampoco podemos soslayar que Villalpando constituía ya entonces el centro de una pequeña comarca a la que proporcionaba otro tipo de servicios como notarías, abogados, médicos, cirujanos, matronas, joyerías, sastres. Muchos de ellos, en nuestros días, aún los sigue prestando.

Varo.

Nota: El personaje del cuadro es el rey Fernando VI.



martes, 3 de febrero de 2009

Los Pastos Libres de Villalpando

Hace unos días recibí un correo de una villalpandina preguntándome por los orígenes de los pastos libres de Villalpando. Hoy voy a responderla aquí, públicamente, para que todo el mundo pueda conocer este pequeño aspecto de nuestra micro-historia local.

La Leyenda:

Existen creencias arraigadas en nuestro pueblo; historias contadas de padres a hijos; leyendas que no se sabe muy bien cuándo se forjaron; cuentos que, a base de repetirse, dejaron de ser ficciones para pasar a formar parte de nuestra historia local. Los personajes, los héroes, de estos cuentos y leyendas del "ciclo villalpandino" son siempre los mismos: los moros, los monjes de la gota, Viriato, Napoleón o doña Urraca.
Traigo todo esto a colación porque es en doña Urraca, precisamente, en quien esas falsas historias situan el origen de los pastos libres de Villalpando y su Tierra. Ya me disgusta que sea yo, otra vez, quien tenga que desmentirlo.
Primero, tenemos que tener clara la distinción y no confundir a estas dos mujeres "de armas tomar":
- Urraca Fernández de Zamora: Hija de Fernando I el Magno, quien repartió sus dominios a su muerte entre sus hijos García I (Galicia), Alfonso VI (León), Sancho II (Castilla), Elvira (ciudad de Toro) y Urraca (ciudad de Zamora). Murió en 1101. Fue coetanea del Cid (incluso, su madrina de armas) y es una de los protagonistas del "cerco de Zamora", cuya historia la conocemos todos.
- Urraca I de León y Castilla: Es sobrina de la anterior, hija de Alfonso VI. Murió en 1126 y sus dieciocho años de reinado en el trono de León, Castilla y Galicia estuvieron marcados por continuas guerras civiles en las que su segundo marido, Alfonso I de Aragón (el Batallador) intervino decisivamente paseándose con sus ejércitos por todo el territorio gallego-castellano-leonés cuando le vino en gana.


La leyenda local situa el origen de los pastos libres de Villalpando en la primera de las dos Urracas a que me he referido, probablemente por lo mucho que pesa en la conciencia histórico-colectiva de nuestro pueblo la gesta heróica del cerco de Zamora. Urraca Fernández es considerada en la ciudad de Zamora como una heroína local y por ende, de todos los zamoranos. Pero doña Urraca, la de Zamora, no tenía jurisdicción alguna sobre estas tierras nuestras porque este territorio no era suyo sino de su hermano Alfonso, rey de León. Mal puede alguien dar algo que no es propio...
Tampoco es probable que fuera la otra Urraca (Urraca I de León y Castilla) quien concediera a los villalpandinos los pastos libres de nuestra tierra pues esta pobre mujer se pasó todo su reinado huyendo de aquí para allá ante la amenaza de su propio marido, Alfonso el Batallador, el obispo Gelmírez o sus parientes, los condes de Portugal. Durante muchos años, ni siquiera su poder fue efectivo más allá de las murallas de la ciudad que la cobijara pues éste se ejercía de facto por los diferentes señores feudales dado el caótico estado de vacío de poder real.

La Historia:

Hasta esa época de la que venimos hablando (1.126) Villalpando no es más que el embrión de lo que posteriormente sería. Casi con toda seguridad, ni siquiera existía el primer recinto amurallado, pese a lo que diga don Luis CalvoLozano. Ni los habitantes del caserío de Villalpando sumarían más de unos pocos cientos. Así lo avalan los documentos y la arqueología (la ausencia de ella) y así lo he venido defendiendo en otros artículos de este blog.
Sin embargo, algunos años después, en la segunda mitad de ese mismo siglo (s. XII) ocurre algo trascendental para nuestra tierra y que marcaría nuestro futuro: la nueva división de los reinos a la muerte de Alfonso VII el Emperador. Ya me he referido a este hecho en varios artículos anteriores y vuelvo a insistir en la importancia que tuvo. El hecho de que Villalpando quedara situado justamente en la frontera de dos reinos que se peleaban entre sí propició que el rey leonés Fernando II (a quien pertenecía esta villa) apoyara esforzadamente a Villalpando y su Tierra, repoblándolas y dotando a este pueblo de su primera muralla y, sin duda, el primer castillo anterior al que ahora conocemos como "el de los Condestables". Este esfuerzo repoblador tuvo un éxito rotundo y, al abrigo del innegable trasiego económico de todas las ciudades de frontera, Villalpando experimentó el mayor auge de toda su historia. Estamos hablando del año 1170.
Ante la ausencia de documentos que indiquen si fue tal o cuál rey quien concedió los pastos libres a Villalpando (ni siquiera Calvo Lozano encontró tales documentos aunque alude de forma genérica a una presunta "carta puebla" que no identifica), hemos de pensar, como lo más lógico y cabal, que fuera en esta época de Fernando II de León cuando se concedieran por privilegio real. ¿Qué mejor forma de favorecer a una comarca que se quiere potenciar?
Si hasta los comienzos del siglo XII la población de esta tierra era escasísima, no tenía sentido la concesión de pastos a un puñado de pastores que ningún beneficio económico ni político podían reportar. Sin embargo, setenta años después, por el empeño de Fernando II, la situación cambia radicalmente y la población se cuadruplica o quintuplica, demandando alimentos y trabajo. Ahora sí parece lógico y oportuno que se concedan esos pastos libres.
Pero también hay que tener en cuenta otro hecho trascendental en la historia de León y Castilla: la creación de la Mesta. Vamos a explicar un poco qué era esto de la Mesta, pero primero nos situaremos en el tiempo: A Fernando II de León le sucede su hijo Alfonso IX de León; éste se casa con Berenguela de Castilla y el hijo de ambos Fernando III (el santo, el rey-soldado) hereda ambos reinos, reunificando para siempre (aunque a algunos le duela) los dos reinos: León y Castilla. Estamos en el año 1230. Fenando III casi consigue él solo acabar la tarea reconquistadora de tal forma que las fronteras se fijaron tan al sur que estas tierras nuestras adquirieron una relativa seguridad exenta de incursiones árabes de saqueo y rapiña. Tal seguridad hizo que se roturaran cada vez más las tierras que antes sólo servían para pastoreo de ganados transhumantes. Empieza un conflicto entre ganaderos y agricultores que debe ser regulado sabiamente por los reyes. Y qué rey más sabio que el propio Alfonso X (el sabio), hijo de Fernando III, mal soldado pero muy buen legislador y excelente gobernante. Fue él, Alfonso X quien crea el Gran Concejo de la Mesta, reuniendo en una gran organización gremial a todos los pastores de León y Castilla y dotando a esta entidad de privilegios y prerrogativas, como, por ejemplo, el derecho de paso por ciertas fincas sembradas o la exención del servicio militar para los pastores. Incluso, algunas de las viejas calzadas romanas en desuso pasan a ser, entonces, cañadas, cuerdas, cordeles, veredas o coladas. Consta de forma fehaciente y así se estudia en los libros que Alfonso X el Sabio concedió derechos de pastoreo sobre tierras de realengo (Villalpando era tierra de realengo) en muchos lugares de su reino. Por eso también me queda la duda de si, tal vez, fuera este rey quien concediera los pastos libres de Villalpando.



Los Lugares:
¿Cuáles eran los lugares donde se ubicaban los pastos libres de Villalpando?
Por lo que parece, en el Raso, en el Prado y, probablemente, en el Monte de las Pajas, además de otros pequeños lugares a los que aludiré en mi próximo artículo relativo al Catastro del Marqués de la Ensenada (la segunda parte que tengo prometida desde hace casi dos meses). En ese mismo documento que he tenido el placer de estudiar, se hace referencia, también, a las cañadas que atravesaban ( y atraviesan) nuestro término municipal. Incluso se habla de lugares, ya entonces, dedicados al pastoreo, como el Prado.

El final de los Privilegios:

La Mesta entra en decadencia en el siglo XVII y es suprimida durante el reinado de Isabel II, en 1836. Sus veredas y cañadas desaparecen o "se recortan" y muchos de sus bienes, incluídos amplios terrenos de pastizal, salen a subasta ese mismo año en la llamada "Desamortización de Mendizábal" adquiriéndolas los oligarcas adinerados ya que la clase humilde campesina no podía competir en las pujas. No faltaron, tampoco, ciertos lugares donde el Concejo municipal adquirió lotes de tierras pasando a ser tierras del común o comunales. Villalpando, parece ser, fue uno de esos lugares.

La Actualidad:

Quedan vestigios de toda esa época romántica de pastores trashumantes y de la pujanza económica que supuso para nuestro pueblo. Ahí están nuestras cañadas, por ejemplo. Incluso, ahí está el derecho de pastos cristalizado como costumbre del lugar (fuente del Derecho en nuestro Código Civil). Y sin ir más lejos: ahí está la cabaña ovina de Villalpando y su Tierra. ¿Se habían preguntado ustedes por qué aquí, precisamente, tenemos tantas ovejas?
Varo.

martes, 13 de enero de 2009

La Sangre de los Crucificados (Pequeño comentario de texto)

En un par de sentadas he leído la novela del escritor local, Félix González Modroño, titulada "La sangre de los crucificados". A decir verdad, dejé las últimas páginas para esta noche porque quería hacerlo con calma, disfrutando, como se disfrutan siempre los desenlaces de las novelas buenas.

La historia está muy lograda y te engancha desde las primeras líneas. Se trata de un relato policiaco ambientado en cuatro ciudades españolas durante los últimos años de la dinastía de los Austrias. Esas ciudades son, algunas de ellas, viejas conocidas para mí; me refiero a Zamora y Salamanca, cuyas plazas, corros y calles he podido seguir perfectamente recreadas en la novela de Félix. En cuanto a Madrid y Sevilla, los lugares se me escapan algo más.

Digo todo esto porque hacía tiempo que no leía una novela con una descripción tan preciosista del antiguo callejero de estas rancias ciudades españolas.

También son un acierto, además de una delicia, las descripciones y comentarios relativos a la obra de Juan Valdés Leal: concretamente, los dos óleos que dicho pintor realizó en 1672 denominad0s "Las Postrimerías". Recuerdo el momento exacto que por primera vez contemplé estos cuadros porque me sobrecogieron. Yo tenía 17 años y fue en una sesión de filminas durante una clase de historia y arte. Pensé subir a este artículo unas fotos de dichos cuadros pero solamente voy a dejar los enlaces para que quien quiera pueda visitarlos fuera de este blog porque son tan sumamente expresivos, tan reflexivos... tan explosivos, incluso, que prefiero que sea la voluntad de cada uno, y no la mía, quien decida verlos o no...



Volviendo a "La sangre...", también me ha gustado la buena ambientación de personajes, las tabernas, las calles... Denota una gran labor investigadora y muchas horas de consultas en libros, internet, bibliotecas y de marear a unos y otros ¿Me equivoco? Por eso el resultado es creíble.

El vocabulario y sintaxis me ha parecido de una sencillez elegante, lo que hace a la novela muy fácil de leer: aunque esta es una novela de peso, no es una novela que "pese", cuando se lee. No obstante, he necesitado consultar él diccionario en algunas ocasiones para averiguar el significado de viejas palabras en desuso correspondientes a, por ejemplo, antiguas prendas de vestir o útiles de profesiones y oficios. Esto tiene que ser así en una novela ambientada en el siglo XVII; lo contrario sería un churro.

En fin, recomiendo su lectura. Y no es porque a Félix lo conozca desde que éramos críos ni porque las cañas que tomamos juntos, cuando viene por aquí, sean tragos de cerveza esperados y disfrutados mientras mojan una amena conversación... No. Es porque La Sangre de los Crucificados es una buena novela, además de una novela buena.


Varo.