domingo, 27 de diciembre de 2009

Fuegos en el Sena


Inevitable fue la evocación de mis días felices con Katia, cuando ella me esperaba al pie de las efigies ecuestres del puente Anichkov, o cuando me cogía del brazo, como hacen las parejas formales, guiándome por rincones mágicos de canales, columnas, espacios empedrados y estatuas que parecen hablar, como estas del Jardín de Verano que gracias a ella conocí.
Pero en esos días, el verano ya había terminado al norte del paralelo 59. A finales de septiembre hay veces que, incluso, nieva. Por eso el jardín que me encontré se me antojó muy diferente al que Katia me había mostrado. Bajo un cielo gris, amenazante, los olmos y robles centenarios ponían en juego toda una gama imposible de amarillos, anaranjados y ocres, esparciendo al viento miles, millones de hojas como motas de color en un pictórico escorzo final. Las estatuas seguían allí, observando a todo aquél que venía a visitarlas, escuchando discretamente conversaciones ajenas, promesas y mentiras de paseantes, deseos, desvelos y hasta el pensamiento oculto de las mentes confusas, como entonces la mía.
Me llevaron mis pasos al pie de la estatua del Tiempo. ¿Qué es el tiempo sino vacío? Pensaba yo para mis adentros.
Me detuve al pie de aquella estatua y el viejo que sostenía un reloj de arena en la mano me dijo que el vacío proviene sólo de la oscuridad del alma atormentada. ¿Qué es el tiempo sino esperanza? Esperanza y también memoria.

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Estos párrafos que acabo de transcribir pertenecen al último relato breve que he terminado hace unos días. Se titula FUEGOS EN EL SENA y está ambientado en las ciudades de Moscú y San Petersburgo, en la época actual.
He pretendido crear una historia muy distinta a todas las que he escrito hasta ahora. También es la más larga. He echado mano a ciertos recursos que no utilizaba y mi intención fue dotar a la trama de intriga, acción y pinceladas de cine negro. No sé si lo habré conseguido. Me lo dirán ustedes dentro de muy poco cuando salga publicado junto con los demás cuentos.

Varo.
P.D.: La foto corresponde al Jardín de Verano de San Petersburgo, uno de los lugares donde se desarrolla la trama de esta historia.

sábado, 12 de diciembre de 2009

El Cerro de San Marcos

Mi pueblo no tiene sierras, ni picachos ni montañas. No hay cordilleras que cierren el paso a las nubes, ni puertos ni verdaderos valles...
Mi pueblo es una tierra abierta. Abierta al sol, al viento, a la helada nocturna.
Tan sólo algún promontorio aislado destaca en la Tierra Gótica de Villalpando. En esa llanura ondulada, vieja frontera entre León y Castilla, se alza modestamente un testigo privilegiado de nuestra historia: El Cerro de San Marcos.
Son apenas unos metros de desnivel sobre la altura media del terreno, sin embargo, la escasez de otras alturas mayores en la zona permite desde su cima una vista espectacular. En los días claros se distinguen con nitidez las cumbres mágicas y nevadas del Teleno o la montaña asturiana, aún más lejos. Esos son nuestros horizontes.
Dicen los libros que en el Cerro de San Marcos hay restos de la última edad del hierro, probablemente vacceos, nada extraño si nos percatamos del extraordinario emplazamiento que supone la presencia de un manantial en la misma falda del Cerro, con agua garantizada todo el año (cuando era niño sí, ahora ya no lo aseguro) y una elevación considerable que dispensaba protección y abrigo a sus moradores celtas. Recorriendo su ladera de levante -que es donde los libros ubican el antiguo poblado- no he encontrado ni un solo vestigio que me permita corroborar esta afirmación, a no ser las terrazas construidas en la misma de forma muy inteligente, aprovechando la loma para un uso forestal (almendros) actualmente abandonado. Sin embargo, con los medios de que dispongo, no puedo aventurar la antigüedad de estas terrazas. Sólo que no son de antes de ayer. A los mozárabes, allá por el siglo XII -cuando la repoblación de Villalpando- les encantaba esto de practicar terrazas en los montes. En la cima sí que son visibles aún los restos de alguna construcción de piedra, pero se trata de viejas cabañas de pastores.
Al contrario de lo que pudiera pensarse, El Cerro ha dado mucho juego: De él se han extraido toneladas de tierra para pavimento de caminos; ha servido como polígono de tiro, pista para amantes del motocross, plataforma para tiro al plato, ubicación de un repetidor de televisión... En fín, no se le puede esquilmar ya más...
No obstante, la utilidad que a mí me reporta el Cerro de San Marcos es la de ser mi mirador particular, mi ventana al mundo, a ese mundo amplio que sólo aquí es posible contemplar hasta ensancharse el alma.
Hoy, casi de milagro, la niebla se levantó vencida por el sol de otoño. Hice estas fotos para mostrarle al mundo que mi Tierra Gótica también es hermosa.
Varo.