martes, 31 de mayo de 2011

LISBOA






He oído hablar de escritores que, incluso, alardean de haber escrito sobre un determinado lugar sin haber estado nunca en él. Esos mismos escritores dicen que, en estos tiempos, Internet te permite visitar cualquier punto en el mapa por muy exótico que parezca. Dicen también que con imaginación se puede volar a cualquier parte...



No están equivocados pero yo prefiero volar en avión.
Por eso, siguiendo los pasos de don Juan y, sobre todo, los de Alonso Gómez, me planté en Lisboa a primeros de este mes de mayo. Necesitaba saber si el agua del Tajo es salada en Lisboa. Si la ropa se pega al cuerpo o si las noches son claras u oscuras... Eso es algo que no viene en Internet.
Salvo algunos emblemáticos monumentos manuelinos y el conocido barrio de Alfama, poco queda de la capital portuguesa de finales del siglo XVI pues el terremoto de 1755 cambió por completo la fisonomía de la ciudad. No obstante, el terremoto no consiguió llevarse el carácter de esa gente que vive allá donde el Tajo muere. Un carácter singular, sin duda.
Por cierto, fui a Lisboa porque allí tiene lugar una parte de la nueva historia que me traigo entre manos. Me aconsejó un amigo que lo hiciera. Y acertó.