lunes, 24 de diciembre de 2012

Pregón de Navidad 2012


Por diversas razones (llegaron tarde, no escucharon bien...) han sido muchos los que me han pedido una copia del Pregón de Navidad. Para ellos y para los que quieran leerlo con calma lo transcribo a continuación: 
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Estimados amigos:
Los que me conocen un poco saben que no suelo confiar nada a la memoria y que me gusta apuntarlo todo para que ningún detalle se me escape. Por eso, siguiendo el ejemplo de aquellos pregoneros que de niño conocí, yo también voy a leer esta especie de bando que he escrito para dar, en nombre de todos ustedes, la bienvenida a la Navidad. Y como no es mi propósito aprovecharme de su benevolencia para soltar aquí un tostón infumable sobre el concepto, los antecedentes y el significado “oficial” de la Navidad -eso pueden encontrarlo ustedes en los libros- si me lo permiten, voy a salirme un poco del guion para hablarles de lo que para mí, ciudadano de este mundo, representa esta época en la que ya nos encontramos: la Navidad.
Y para ello, voy a contarles una historia:
Era un mes de diciembre de finales de los años 60, un día en el que mi madre me llamó para adornar un arbolito verde de plexiglás que mi padre había traído la noche anterior.  Como a cualquier niño a quien el mundo le entra por los ojos, enseguida me fascinaron los brillos de los oropeles, los colores de las bolitas imitando cristal y el tacto suave del papel couché con el que envolvimos diminutas cajas de cartón, como si fueran regalos. Aquella explosión de color en unas navidades que recuerdo en blanco y negro también fascinó a mis hermanos menores y, como cabía esperar, mi madre consiguió su propósito de tenernos entretenidos participando en la tarea. Tan en serio nos tomamos aquel trabajo que el tiempo se nos pasó sin darnos cuenta y al cabo de unas horas, para sorpresa de todos nosotros, la puerta de la casa se abrió y vimos aparecer a mi padre, mucho antes de lo que habitualmente llegaba.
―Papá –le pregunté yo- ¿Por qué llegas hoy tan pronto?― Pero fue mi madre, antes de que mi padre respondiera, quien me contestó:
―Porque la Navidad es mágica ―dijo.
Y después de esa explicación y de unos cuantos abrazos de bienvenida mi padre se nos unió en nuestra tarea del adorno navideño y fue él quien colocó la estrella de Belén en lo más alto del árbol.
Guardo ese momento en mi memoria como si lo hubiese vivido ayer mismo: Mis padres, mis hermanos y yo, lo cinco juntos, alrededor del árbol de Navidad.
Aquella magia de la que hablaba mi madre estuvo todavía presente en las Navidades de unos cuantos años más, los años que me gusta denominar como “de la inocencia y la ilusión”. Esa magia que surtía su máximo efecto con las primeras heladas del otoño hacía sentirme parte principal, incluso protagonista, de un pequeño cosmos familiar en el que todos y cada uno de nosotros teníamos un sitio exacto sin que nadie sobrara y sin que nadie, tampoco, pudiera faltar. Por eso, recién cumplidos los trece años, algunas semanas después de terminar las Navidades de 1976, esa magia que había venido envolviéndome y arropándome se rompió en mil pedazos cuando la mano de un maestro amigo me apartó de la fila de muchachos que volvíamos a clase tras el recreo para comunicarme que mi padre acababa de fallecer. Él, precisamente él, que, como ya dije, de ninguna manera podía faltar cada 24 de diciembre alrededor del árbol. ¿Quién iba a colocar ahora la estrella de Belén?
Así pues, en la Navidad siguiente, mi padre faltó. También me faltó a mí  el coraje para buscar el sentido de las navidades que siguieron, y esos días que en un principio fueron días de familia, de calor de hogar e ilusión se fueron convirtiendo en una simple pausa en mis quehaceres como estudiante que aprovechaba para andar de aquí para allá en mañanas de paseo y noches de copas.
Ruego perdonen mi sinceridad si les digo que en las navidades de 1999 llegué a odiar la Navidad. Aquel año, en la cena de Nochebuena hubo otra silla vacía, la de mi hermano Roberto y, a partir de entonces, la imagen que yo guardaba en la memoria de ese árbol de plexiglás rodeado por todos nosotros se fue difuminando cada vez más hasta convertirse en el esbozo de un sueño, en la sombra de un pasado perdido que nunca jamás podría volver a repetirse…
Y así fueron pasando mis Navidades, una tras otra, como pasa el agua de agosto, sin dejar huella…
Hasta que en un mes de diciembre de no hace mucho tiempo sucedió el milagro. Y sucedió gracias a Marco, mi hijo.
Mi hijo me ha enseñado a recuperar la Navidad. Gracias a él he vuelto a redescubrir esa magia de la que mi madre hablaba y he comprendido que la Navidad, al menos para mí, no son ya unos simples días de vacaciones ni un mero alto en el camino tras el trabajo cotidiano. La Navidad es especial. Es un tiempo de ilusión, de alegría que sale de dentro y yo diría que también de perdón. Es tiempo, más que de festejar, de celebrar, de renovarse, de amar y de dejarse querer. La Navidad es para hacer balance de lo bueno y lo malo y de enmendar aquellos renglones que en su momento, por acción u omisión, no llegamos a escribir a derechas. Y después de ver los ojos de mi hijo al redactar su carta para sus majestades los Reyes de Oriente, creo que la Navidad es también un tiempo de espera y de confianza. Y de compartir… y de solidaridad. Por todo lo anterior, estoy en condiciones de decir que no hay nada más hermoso que una Navidad vivida y mirada a través de los ojos de un niño, y así, cuando permitimos que salga a la luz ese niño que todos llevamos dentro, es cuando la magia blanca de la Navidad te alcanza y verdaderamente logras sentirte en paz, contigo mismo y con el mundo.
A todos los hombres y mujeres de buena voluntad que me habéis escuchado os deseo, desde lo más profundo de mi corazón, unas felices navidades y lo mejor para el año nuevo.

Fernando Cartón Sancho.

viernes, 26 de octubre de 2012

Ad Romae Reparationem

















Voy a transcribir un mensaje que me ha llegado, relativo a mi anterior post, el titulado "Políticos de antes, políticos de ahora". Como su contenido es interesante prefiero colgarlo aquí, en vez de contestarlo con un simple comentario. Siento que su autor haya preferido no identificarse.

Me temo que no es tan bonito como lo pintas. Como bien dices, los cargos romanos no cobraban "de manera directa" y ademas tenian que pagar festejos y demas, pero de donde salia todo ese dinero, ¿acaso les manaba de un pozo?. Evidentemente lo obtenian de ejercer el poder y viceversa. 
Vamos que los cargos no se cubrian por competencia sino por pagar por ellos, por lo que tenemos claro quien los ejercia. (Un paralelismo en nuestros dias, lo tebnemos en los candidatos del partido republicano de EEUU a la casa blanca que son todos millonarios) 

Y ya solo recordar que en dichoso imperio americano, perdon romano, su economina se basaba en la esclavitud. Todo un ejemplo a seguir. 

tambien seria 


Pues fíjate si su ejemplo se habrá seguido que aún continuamos viviendo de las rentas, quiero decir, del legado que Roma dejó en la Historia. Ahí está el Derecho Romano, del que el nuestro no es más que una mala copia. Ahí están sus vías de comunicación, sus calzadas, bajo nuestras autopistas. Sus obras de ingeniería, que llevan dos mil años dando servicio a los ciudadanos. ¿Aguantarán los puentes de hormigón construidos por la Diputación de Zamora el mismo tiempo? Ahí está su forma de entender la vida, tan distinta a la del Norte, no sé si mejor o peor, pero, desde luego, es una forma muy parecida a la que yo tengo y, seguramente, a la que tú también tienes.
A Roma no hay que mirarla con ojos economicistas; al menos, no sólo con esos ojos. Ni se le puede achacar ser una civilización esclavista. Recuerda que Fray Bartolomé de las Casas, a quien tanto han seguido los creadores de la Leyenda Negra, proponía sustituir a los esclavos indios por otros negros, ya que éstos últimos (decía él) no podían ser considerados como personas con alma, mientas que aquellos sí. Te quiero decir que la esclavitud era una institución plenamente aceptada en el mundo antiguo y admitida en los textos sagrados de todas las civilizaciones como la Biblia, los evangelios, y hasta los Vedas de la India. El Corán, aunque se propuso mitigar la institución de la esclavitud, ni la condena ni la cuestiona. Por ello, fue precisamente, Roma -aunque esclavista- quien tuvo el mérito de ser la primera civilización que se ocupó de suavizar el "ius vitaequenecis" del paterfamilias romano sobre sus esclavos. Y así, reguló instituciones como la manumissio y varios crímina y edictos pretorios que protegían la vida del esclavo ante las arbitrariedades de sus amos; se dictaron edictos, decretos y leyes como la Lex Iuna Norbana que concedió la ciudadanía latina a  los manumitidos en situación irregular, sin las solemnidades propias de la manumissio (de facto, supuso lo que ahora habríamos llamado "una regularización", como las que hacía el ministro Caldera, pero sin "efecto llamada").  Y desde luego, no estoy de acuerdo con tu afirmación de que la economía de Roma se basara en la esclavitud. Eso es algo tan simple como mi post anterior, que sólo pretendía mostrar actitudes. En la economía romana, la esclavitud era una institución importante pero no la más importante. No podemos desconocer la labor económica del "autónomo" romano, es decir, del ciudadano libre romano (artesanos, médicos, soldados, profesionales e, incluso, campesinos con tierras propias), que eran los que creaban riqueza y, además, de nada hubiera servido una fuerza de trabajo gratuita (los esclavos) si no hubieran existido unas ideas y unos líderes geniales que la dirigieran. Precisamente, el fin de Roma llegó cuando faltaron esas ideas o ideales y, sobre todo, cuando faltaronr esos líderes, aunque los esclavos siguieran existiendo. Por cierto, los bárbaros que destruyeron Roma también traían sus esclavos... Y los árabes que destruyeron a esos bárbaros, también, por mucho que el Corán pretendiera mitigar las consecuencias de la esclavitud (y si no, que se lo pregunten a los esclavos zanj -zanj=negro- que protagonizaron en Irak, en el siglo IX, una rebelión sólo comparable a la de Espartaco en Roma, bastantes siglos antes.
Mira a tu alrededor y verás a Roma por todas partes: en la forma de trabajar los campos, en el trazado de muchas ciudades, en las escrituras de tu casa, en el nombre de tu pueblo y hasta en el idioma que hablas.
Varo.

P.D.: Y para que no sirva de precedente ya digo que no publicaré más mensajes anónimos. 

jueves, 11 de octubre de 2012

Políticos de antes, políticos de ahora.


En los tiempos de la vieja Roma, la gratuidad era una de las características esenciales de todas y cada una de las magistraturas. Es decir, que pretores, cuestores, cónsules, tribunos de la plebe, censores e, incluso, los dictadores de tiempos de crisis no cobraban ni un duro, quiero decir, ni un sestercio. O lo que es lo mismo: aquella élite política de dirigentes, por amor al arte, hizo de Roma el único imperio histórico no superado aún, conceptualmente hablando.
Resulta, por otro lado, que además de no cobrar, el cargo siempre era gravoso para el magistrado, es decir, para el político romano. Con cargo a su patrimonio personal costeaba juegos, espectáculos, obras públicas; acuñaba moneda de plata y oro (la de bronce se reservaba al Senado), mantenía unidades militares... Por poner un ejemplo, la Legión V “Alaudae”, formada por unos cinco mil galos trasalpinos fue reclutada por Julio César, quien pagó de su bolsillo a los soldados que la componían durante una buena parte del tiempo que duró la conquista de la Galia. Otro tanto hicieron Marco Antonio, y Pompeyo.
Este principio de la gratuidad en el ejercicio del poder político se mantuvo intacto –como afirma A. Torrent, mi catedrático de Derecho Romano- hasta el final y sólo se  suavizó concediendo a los magistrados (a los políticos) el importe de los gastos de cuantos viajes hicieran, previa justificación o “censura”. Así pues, quien se metía en política buscaba el poder, por sí mismo o por otro tipo de ventajas distintas a las económicas.
Otra de las características de las magistraturas romanas era la RESPONSABILIDAD:
Por el hecho de haber llegado a magistrado, un ciudadano romano no quedaba exonerado de la legalidad. Si bien durante el ejercicio de su mandato sus decisiones debían ser acatadas, cuando éste finalizaba respondían, incluso con su patrimonio privado, de todos los actos lesivos que hubiesen cometido contra los derechos privados y los del Estado. No se consideraba admisible que un magistrado, durante el tiempo de su mandato, pudiese ser llevado a un tribunal, pero al finalizar su cargo y convertirse, otra vez, en ciudadano de a pie, respondía con toda su fortuna. Así, claro está, procuraban hacer las cosas bien.
Si cuento toda esta retahíla es porque, en realidad, quería haber hablado de otros políticos muy distintos a los romanos; de nuestros políticos y de la crisis moral de buena parte de la clase política de este país. Pero, por no ponerme de mal humor, mejor será que lo deje para otro día. Por el momento, con los datos que les he dado, vayan comparando ustedes entre unos y otros, entre los de entonces y los de ahora.
Varo.

martes, 28 de agosto de 2012

El faro del fin del mundo

A los pocos días de haber levado anclas, una impresionante tormenta sorprendió a La Grande y Felicísima Armada provocando la dispersión de escuadras y embarcaciones. Poco a poco las naves fueron llegando a la ciudad y puerto de La Coruña, donde permanecieron hasta bien entrado el mes de julio de 1588. Fueron casi dos meses de escala obligada que provocaron un retraso enorme en la empresa de Inglaterra, determinante de su resultado.
Estoy seguro que lo primero que vieron los protagonistas de mi novela al acercarse a la costa coruñesa fue este faro, la Torre de Hércules, desafiando el Mar de Afuera, siempre tan bravo y enigmático. Por eso, siguiendo sus pasos, quise yo acercarme a esta hermosa ciudad de La Coruña para beber de las fuentes que me han aproximado con precisión al contexto temporal de este relato.
Sin embargo, en la villa, otra historia paralela va teniendo lugar en medio de un mar estepario de encinares y campos de cereal.
Quería anunciar que ya me queda muy poco para concluir y que, quizás por eso, por haberme concentrado en la novela, tengo este cuaderno de bitácora dejado de la mano de Dios. 
Varo.

lunes, 7 de mayo de 2012

El pecado de vivir en un pueblo




Las nuevas que llegan, como ya viene siendo habitual, no son buenas. Nada buenas. Se trata de la supresión del partido judicial de Villalpando, un partido histórico que existe desde que se crearon los partidos judiciales, allá por el siglo XIX.
El último invento que se les ha ocurrido en el Ministerio de Justicia es el de reducir los partidos judiciales existentes en España (unos 430) a poco menos de la mitad. Las razones que se aducen son, entre otras, la optimización de recursos, la concentración de medios y un supuesto ahorro de costes. Esta supresión de demarcaciones judiciales es necesaria –dicen- porque el concepto de “partido judicial” es un algo caduco y obsoleto que no responde ya a las necesidades de la población española. Y otra vez, nuestros políticos y algunos teóricos –peces gordos- de la judicatura miran a modelos como el alemán, que concentra en las grandes ciudades el Servicio Público de la Administración de Justicia.
Puede que la cuestión de suprimir partidos judiciales para concentrarlos en las capitales de provincia sea una idea muy brillante para defender en una tesis doctoral, pero eso, llevado a la práctica, es algo que no deja de ser un agravio al mundo rural, una bofetada, una discriminación hacia todos aquellos que cometieron el pecado de vivir en un pueblo. Y además, resulta que nosotros no somos alemanes. Ni tenemos los sueldos ni los servicios públicos de los alemanes.
Y yo me pregunto: ¿No tenemos derecho a los mismos servicios que aquellos que viven en la ciudad? ¿Nuestros impuestos no son los mismos que en el mundo urbano? ¿O es que resulta que hay dos clases de ciudadanos y a los de los pueblos no ha tocado militar en la segunda división? Dentro de poco nos dirán que, para optimizar recursos, hay que concentrar todos los colegios en las capitales de provincia y se llevarán a nuestros hijos en autobuses a las cinco de la mañana. O, incluso, concentrarán los centros médicos y cuando necesitemos un simple jarabe para la tos tendremos que desplazarnos y sacar un ticket, como en una pescadería, para que nos atiendan en el macro hospital de la ciudad. Y luego quieren “fijar población” en los núcleos rurales… ¿Pero cómo se va a quedar la gente a vivir en el pueblo si no le dan servicios? La Administración de Justicia es uno de esos servicios públicos esenciales que no deben faltar en cualquier zona, incluida la nuestra, por muy rural que sea. Y que no me cuenten chorradas: que si la “optimización de recursos”, que si  el “modelo alemán…” Mire usted, yo prefiero el “modelo finlandés” que juzga y mete en la cárcel a los políticos que se equivocan.
No hace ni cuatro años que el Ministerio de Justicia invirtió una cantidad de dinero irreverente en el edificio del Juzgado de Villalpando. Tan irreverente que no me acuerdo cuántos cientos de millones (de pesetas) fueron los que se gastaron. Y vuelvo a preguntarme: ¿para qué lo hicieron si lo querían suprimir? ¿Hace tres años y medio respondía a una necesidad social y ahora ya no?
Si esta reforma se llevara a cabo no tardarían en caer otros servicios que tiene Villalpando y su comarca: la Notaría, el Registro de la Propiedad… Muchos puestos de trabajo. En muy poco tiempo veríamos cómo quedamos reducidos a la nada existencial, al rango de villorrio decadente en el que ese ambiente capitalino del que Villalpando goza todavía muchos diarios, cuando su plaza se anima al cruzarla testigos, partes, abogados, procuradores, funcionarios… tras los juicios, ese ambiente, digo, quedaría sólo en la memoria de los que pensamos que vivir en un pueblo como éste era posible. Y la verdad es que me indigna. 
Varo.
P.D.: Todo lo dicho anteriormente valdría para Benavente y Toro, a quienes también quieren borrar del mapa. 

miércoles, 4 de abril de 2012

La Ciudad de los Ojos Grises

Hace ya algunos días terminé la lectura de La Ciudad de los Ojos Grises, la nueva novela del escritor Félix González Modroño. Como aún no está en las librerías y como no quiero condicionar la opinión de nadie, de momento no voy a dar la mía aquí. Voy a atener sobrada ocasión de darla el próximo sábado día 7 de abril, en la primera presentación oficial de esta novela. En el salón de actos del Ayuntamiento, además del autor, estaremos Luciano López y yo. Espero verles por allí. Seguro que va a merecer la pena.
Varo.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Encuesta sobre las obras en la Puerta de San Andrés




Esta mañana estuve a ver cómo iban las obras. Me habían llegado varios correos preguntándome mi opinión al respecto y, como hacía algunos días que no iba por allí, he preferido no dar mi opinión hasta hoy.
En primer lugar -y perdonen mi ignorancia-, no alcanzo a comprender el sentido de ese doble muro de hormigón armado de unos 50 centímetros de altura. Parece que se quiere elevar el nivel

del suelo hasta alcanzar la altura de los basamentos del arco exterior. Me pregunto: ¿Para qué? Como ya he dicho que no soy un experto y por buscar alguna explicación, tal vez se quiera consolidar de esa manera la cimentación del monumento, o evitar filtraciones... no sé. Si fuera así, bienvenido sea el doble muro aunque estéticamente no quede bien. Esta especie de carril embutido en los dos muros de hormigón nunca existió en la historia del monumento y, además, me parece poco funcional.
Y pregunto yo ¿Se van a cubrir las excavaciones con metacrilato transparente para que pueda seguir viéndose lo excavado y así no haya peligro de accidentes? ¿No estaría bien colocar estratégicamente unos pequeños focos en su interior para encenderlos por la noche? ¿Se imaginan ustedes el efecto?
Como puede ser un tema interesante, me he permitido colgar al margen una encuesta cuya pregunta es "A la vista de cómo van las obras... ¿cree usted que es adecuada y correcta la restauración que se está haciendo de la Puerta de San Andrés?" Animo a todos a participar en ella.
Varo.
P.D.: Las fotos están tomadas hoy, 21 de marzo, con la cámara de un móvil.

lunes, 27 de febrero de 2012

El tesoro de la Mercedes



En los tiempos que corren, escuchar una buena noticia en el Telediario es rara avis. La buena noticia a la que me refiero es la llegada a España del tesoro de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, que fue hundido por una flota inglesa el 5 de octubre de 1804 frente a las costas de la ciudad portuguesa de Faro (golfo de Cádiz).

Curiosamente, aquellos años eran tiempos de paz entre Inglaterra y España y este ataque injustificado y sorpresivo fue la gota que hiciera decidirse a Manuel Godoy, valido de Carlos IV, a tomar partido por Francia. Un año después tendría lugar la batalla naval de Trafalgar, muy cerca de donde la fragata Nuestra Señora de las Mercedes fuera hundida.

La santabárbara de la Mercedes –como así se la suele llamar para abreviar- fue alcanzada de pleno por un proyectil del buque inglés Amphion. Eso hizo que la Mercedes saltara por los aires falleciendo 250 personas, entre ellas la esposa de don Diego de Alvear y siete de sus ocho hijos. Como anécdota diré que don Diego de Alvear y Ponce de León fue un importante militar y político de la época, fundador de las bodegas Alvear y defensor de Cádiz en el sitio de 1810. Su bisnieto, Marcelo Torcuato de Alvear, fue presidente de Argentina en 1922. Como sabía inglés, fue llamado a la fragata insignia, la Medea, para que sirviera de intérprete en las conversaciones previas que hubo al combate. Lo acompañó su hijo Carlos, que también era militar y también conocía el idioma de Shakespeare. Sin embargo, los ingleses dieron rápidamente por zanjadas las conversaciones comenzando a disparar sin que nadie lo esperase. Estando tan cerca unos de otros los barcos de ambas flotas, bastó un solo cañonazo para que, como ya he dicho, la Mercedes saltara por los aires llevándose al fondo del mar todos los ahorros y riquezas que don Diego de Alvear había acumulado durante su estancia en Paraguay y Argentina, además de la vida de buena parte de su familia.

Las otras fragatas españolas, además de la Mercedes y de la Medea, eran la Santa Clara y la Fama. La Fama intentó huir, pero fue alcanzada y desarbolada por los ingleses. Ante la poca combatividad de la marinería española, el brigadier José de Bustamante y Guerra rindió la flota en el mediodía de aquél 5 de octubre de 1804.

Los tres barcos fueron capturados y llevados a Inglaterra, vía Gibraltar. Sin embargo, la Mercedes quedó allí, en el fondo del mar, con su cargamento de 600.000 monedas, casi todas de plata (reales de a ocho) y muy pocas de oro (piezas de cuatro y ocho escudos). Allí permanecieron hasta que la empresa Odyssey, aprovechándose de la información obtenida en archivos españoles y ayudada por una tecnología sólo accesible para una empresa sustentada por inversores sin escrúpulos, logró sacarlo del mar para llevárselo a Estados Unidos. Lo demás ya lo saben ustedes por la prensa. Juicios y más juicios en los que siempre se fallaba a favor de las pretensiones del Gobierno español, que contrató un equipo de abogados muy eficiente. Lo que no se ha dicho en la prensa es por qué esos tribunales siempre fallaban a favor de España: porque la fragata Mercedes era un buque de guerra español y las normas de Derecho Marítimo Internacional dicen que ese caso, siendo un buque de guerra, los derechos sobre la carga y el pecio pertenecen al país que lo abanderaba.

Por cierto, don Diego de Alvear, en su estancia en Inglaterra como prisionero, conoció yendo a misa a la irlandesa Luisa Ward, a quien se trajo a España cuando fue puesto en libertad y con quien se casó en Montilla (Córdoba) en 1807. Con ella tuvo diez hijos.

Varo