sábado, 6 de junio de 2009

Villar de Fallaves (In my heart)

Perdónenme ustedes si alguna vez me pongo sentimental. No es intención mía tocar la fibra sensible de los que se asoman a este blog, ni pretendo recurrir a la evocación fácil de los años vividos hace tiempo, aquellos años de los que solemos siempre guardar únicamente lo mejor.
El caso es que hoy necesito hacer un esfuerzo en la memoria pues desde hace tiempo me viene rondando la idea de hacer un pequeño homenaje al lugar que conoció al niño que fui: Villar de Fallaves.
Así es. Mis primeros recuerdos están allí, junto a un camino empedrado. Un camino que vi convertirse en carretera cuando las máquinas pusieron brea y alquitrán sobre sus piedras blancas de aristas cortantes. Para alegría de mi padre, aquel suceso nos unió definitivamente con el mundo.

No voy a alardear de la dureza de aquellos años sin agua corriente en casa, de electricidad a 125 voltios con continuos cortes de suministro, sin calefacción en unos inviernos terribles que me provocaban constantes "sabañones"...


Pero sí quiero hablar de mis idas y venidas al caño, a recoger agua para casa, con mi madre, con mis hermanos, con Juli... Recuerdo el pilón junto a la fuente... Mientras yo llenaba un cántaro un labrador abrevaba sus mulas tras una jornada de trabajo....
Y no puedo silenciar a mis amigos: Carlos, el de Gabino; Javi, el de Tella; el otro Carlos, el de Gilda; Manel, Chuchi, Miguelito, Toñito... Con ellos corrí mis primeras aventuras descubriendo ese río "inmenso" llamado Valderaduey, como un Tom Sawyer de Tierra de Campos...


Tengo grabados algunos recuerdos de la tienda de Joaquina; del baile de la Cayaya; del fuego en casa de La Rubia; de doña Vale; del Renault 4-L de Miguel del Castillo siempre aparcado junto al Renault 8 de mi padre; de las nevadas invernales; de don Felipe, el maestro, que venía a diario desde Fuentes de Ropel en un ciclomotor; de la estufa de hierro en medio de la escuela; del mes de Mayo y las flores; del señor Leandro, el barbero, que ayudó a traer al mundo a mi hermano porque "se adelantó"; y sobre todo, de doña Milagros, la maestra; sobre todo porque ella es mi madre...

Y cómo no voy a hablar de la iglesia. La iglesia de San Vicente Mártir era el centro neurálgico del pueblo. Su torre gótica, esbelta como ninguna, presidía al igual que un coloso sin habla la vida diaria de la villa y de todos sus acontecimientos, grandes o pequeños. Recuerdo cuando vino el Obispo a las confirmaciones... Debió de ser a finales de los sesenta...


Sus puertas se abrían cada domingo bajo el arco de piedra y su naves se llenaban por completo a la hora de la misa mayor. Me asustaban sus gárgolas que vomitaban ríos de agua cada vez que llovía. Pero me fascinaba aún más contemplar las delicadas formas de aquel pórtico de piedra...
Un día la iglesia se cayó, por segunda vez en su historia. Y aunque actualmente se ha rehabilitado para el culto, la majestuosidad de aquella iglesia gótica y renacentista que conocí ya sólo queda en la memoria de los que vivimos aquellos años tan cerca de ella. Como tantas otras cosas.



Varo.

(Dedicado a mis padres que en Villar de Fallaves vivieron, probablemente, los mejores años de su vida, cuando eran jóvenes.)