Uno de los libros que me han servido de guía y fuente de documentación para la novela que me traigo entre manos es la obra cuya portada aparece escaneada en este artículo. Aunque ya he dicho en otras ocasiones que mi novela no va de barcos ni de batallas navales -cuestiones en las que soy totalmente profano-, ambientada como está en la época y episodio de la Armada Invencible, ciertamente, necesitaba, si no dominar, sí, al menos, controlar con algo de soltura ciertas cuestiones relativas, entre otras cosas, a los preparativos y logística que hicieron posible el embarque de más de 30.000 hombres en el puerto de Lisboa, a finales del mes de mayo de 1588. Sólo así, contando con una mediana base histórica adquirida por el estudio es posible que los personajes -reales y ficticios- se muevan por las coordenadas del espacio y del tiempo sin faltar a la verdad y, sobre todo, sin hacer el ridículo.
Si bien es cierto que al artífice de la empresa de Inglaterra (Felipe II) se le tachado de oscuro -cuando no de oscurantista-, de burócrata -cuando no de chupatintas- o de irresponsable -cuando no de iluminado-, y aunque tales sambenitos colgados desde hace siglos del real cuello de monarca tan respetable puedan obedecer a ciertos aspectos constatados en la personalidad del Austria, no es menos cierto que tales características han sido exacerbadas hasta la hipérbole por una interpretación -en la mayor parte de las veces- interesada, muy interesada, de la Historia. Una Historia, mejor dicho, una versión de la Historia que se ha contado y ha sido escrita -con tinta muy negra- allende nuestras fronteras, y nosotros, Quijotes como de costumbre, nos la hemos creído, pues, entre otras cosas, siempre pensamos que es mejor y más veraz lo que viene de afuera.
Lo cierto es que hasta el reinado de Felipe II y, tras la muerte de éste, durante varios siglos después, la Invencible fue la mayor operación militar naval (anfibia, diría yo) con carácter coordinado que el ser humano ha conocido. Y si bien su resultado no puede tomarse como un éxito, tampoco es exactamente un fracaso. Me explico: Si el objetivo de la Invencible era la escolta y traslado del ejército de Flandes, con Alejandro Farnesio a la cabeza, a suelo inglés para obligar a Isabel I, la reina virgen, a capitular o, cuando menos, a negociar una rendición honrosa, al no conseguirse ese objetivo sí puede hablarse de victoria inglesa. Pero si tenemos en cuenta que sólo media docena de barcos (del más del centenar que partieron de Lisboa) fueron hundidos como consecuencia de las acciones de guerra de los barcos ingleses (el resto, hasta una treintena, embarrancaron en bancos de arena, se estrellaron contra los acantilados, zozobraron por las tormentas...), entonces, mal podemos hablar de una derrota infligida por el inglés a la armada española. De hecho, hasta pasado bastante tiempo, los ingleses no fueron conscientes de lo que había sucedido y mantuvieron embarcadas sus tropas en los barcos, anclados en puerto, por si los españoles volvían y porque -se ha dicho- tampoco había dinero para pagar sus soldadas. Por causa del hacinamiento sufrido, la soldadesca inglesa padeció un número de bajas prácticamente equiparable al sufrido en las filas hispanas durante toda la contienda. Esta es una realidad reconocida, incluso, por los propios historiadores ingleses.
Volviendo a la logística y al libro de Ricardo Hernández y Javier Cordero, es de destacar la increíble, impensable y exquisita coordinación y previsión de todo tipo de contingencias por parte de quienes llevaron a sus espaldas el peso de esta empresa, principalmente, don Álvaro de Bazán (Marqués de Santa Cruz) quien de no haber fallecido pocos meses antes de hacerse la flota a la mar (febrero de 1588), otro gallo nos habría cantado y, probablemente, ahora estaríamos viviendo de las rentas. Existen múltiples documentos que detallan con minuciosidad pasmosa los bastimentos que fueron acopiándose en los muelles de Lisboa durante los meses previos a la partida. Y desde las lógicas armas, pólvora, municiones, cañonería etc que emplearían los infantes de marina, se describen los quintales de cebada para las caballerías que se embarcaron, los capones vivos, las cabezas de ajo, las arrobas de aceite de oliva, los azumbres de vino y tantas otras viandas y alimentos que sirvieran de sostén a los estómagos siempre hambrientos de la tropa, clérigos, oficialidad, caballeros aventureros y nobles señores que, como era de rigor, solían viajar con su propio servicio.
Para conseguir tanta variedad y tanta cantidad de impedimenta y productos, se diseñó una red de veedores que a lo largo de toda la geografía hispana (y europea) compraba -la mayor parte de las veces- o requisaba -en ocasiones- para su majestad don Felipe II cosechas enteras de cereal en Andalucía, importaba cañones de Alemania (¡y hasta alguno de la propia Inglaterra!), arcabuces y mosquetes de Italia... Uno de estos veedores, quizás el más ilustre, fue el mismo Miguel de Cervantes Saavedra.
Esta logística de la que estamos hablando debía sufrir su prueba de fuego cuando las dos partes del ejército de invasión (una, la flota que salió de Lisboa, con 30.000 soldados y, otra, el ejército de Flandes, a las órdenes de Alejandro Farnesio) contactaran y la primera apoyara a la segunda en el paso del estrecho. Para estar preparado, Farnesio ordenó diversos ensayos generales de embarque de personal y pertrechos en las pequeñas lanchas y embarcaciones que servirían para cruzar el canal. La rapidez y organización con que el ejército de Flandes ejecutó dicha maniobra es digna de toda alabanza.
Por no cansar más, sólo diré, para concluir y dejando otras cuestiones para otros artículos venideros, que de no haber existido una preparación exhaustiva y diseñada casi a la perfección, el desastre de la Invencible habría sido, sí, un desastre auténtico y en toda regla, tan grande como el que un año después, en 1589 sufrió la llamada "Invencible Inglesa" que, prometiéndoselas muy felices, vino a nuestras costas a por leña y salió trasquilada. Pero de esa grave derrota sufrida por Inglaterra en 1589 nadie habla ni nadie sabe nada. Algún día me referiré a ella.
Fernando Cartón Sancho.
P.D.: Quiero dedicar estos pequeños apuntes al que fuera mi profesor de Historia, el Hermano Francisco Ruiz, de quien escuché por primera vez la historia revisada de la Invencible. Aunque ya lo he dicho otras veces, no me cansaré de repetir que a él le debo mi espíritu crítico.
1 comentario:
Estoy deseando leer la novela,conociendote,tiene que estar muy bien documentada.
¡Vamos!,que ya tienes un cliente esperando.
Un abrazo
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