Inevitable fue la evocación de mis días felices con Katia, cuando ella me esperaba al pie de las efigies ecuestres del puente Anichkov, o cuando me cogía del brazo, como hacen las parejas formales, guiándome por rincones mágicos de canales, columnas, espacios empedrados y estatuas que parecen hablar, como estas del Jardín de Verano que gracias a ella conocí.
Pero en esos días, el verano ya había terminado al norte del paralelo 59. A finales de septiembre hay veces que, incluso, nieva. Por eso el jardín que me encontré se me antojó muy diferente al que Katia me había mostrado. Bajo un cielo gris, amenazante, los olmos y robles centenarios ponían en juego toda una gama imposible de amarillos, anaranjados y ocres, esparciendo al viento miles, millones de hojas como motas de color en un pictórico escorzo final. Las estatuas seguían allí, observando a todo aquél que venía a visitarlas, escuchando discretamente conversaciones ajenas, promesas y mentiras de paseantes, deseos, desvelos y hasta el pensamiento oculto de las mentes confusas, como entonces la mía.
Me llevaron mis pasos al pie de la estatua del Tiempo. ¿Qué es el tiempo sino vacío? Pensaba yo para mis adentros.
Me detuve al pie de aquella estatua y el viejo que sostenía un reloj de arena en la mano me dijo que el vacío proviene sólo de la oscuridad del alma atormentada. ¿Qué es el tiempo sino esperanza? Esperanza y también memoria.
Pero en esos días, el verano ya había terminado al norte del paralelo 59. A finales de septiembre hay veces que, incluso, nieva. Por eso el jardín que me encontré se me antojó muy diferente al que Katia me había mostrado. Bajo un cielo gris, amenazante, los olmos y robles centenarios ponían en juego toda una gama imposible de amarillos, anaranjados y ocres, esparciendo al viento miles, millones de hojas como motas de color en un pictórico escorzo final. Las estatuas seguían allí, observando a todo aquél que venía a visitarlas, escuchando discretamente conversaciones ajenas, promesas y mentiras de paseantes, deseos, desvelos y hasta el pensamiento oculto de las mentes confusas, como entonces la mía.
Me llevaron mis pasos al pie de la estatua del Tiempo. ¿Qué es el tiempo sino vacío? Pensaba yo para mis adentros.
Me detuve al pie de aquella estatua y el viejo que sostenía un reloj de arena en la mano me dijo que el vacío proviene sólo de la oscuridad del alma atormentada. ¿Qué es el tiempo sino esperanza? Esperanza y también memoria.
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Estos párrafos que acabo de transcribir pertenecen al último relato breve que he terminado hace unos días. Se titula FUEGOS EN EL SENA y está ambientado en las ciudades de Moscú y San Petersburgo, en la época actual.
He pretendido crear una historia muy distinta a todas las que he escrito hasta ahora. También es la más larga. He echado mano a ciertos recursos que no utilizaba y mi intención fue dotar a la trama de intriga, acción y pinceladas de cine negro. No sé si lo habré conseguido. Me lo dirán ustedes dentro de muy poco cuando salga publicado junto con los demás cuentos.
Varo.
P.D.: La foto corresponde al Jardín de Verano de San Petersburgo, uno de los lugares donde se desarrolla la trama de esta historia.