A veces siento lástima de mi propio país, mejor dicho, siento lástima de tantos ignorantes a quienes se les llena la boca dando clases de historia en conversaciones de bar sin otra razón de ciencia que lo que les han contado, lo que han oído por ahí o lo que han leído en una mera nota a pie de página.
Perdonen ustedes que comience este artículo así, un poco indignado.
Llevo varias semanas investigando en relación a un tema de esos que me apasionan: La Armada Invencible, esa colosal flota organizada por el rey de España, Felipe II. El motivo de esta investigación es que tengo en mente un relato (no sé si extenso o breve) ambientado en esa época y momento históricos, de hecho ya he escrito algunas páginas. Y el motivo de esa indignación viene dado porque, ¡torpe de mí!, cometí el error de comentar esta idea con quien no debía hacerlo.
Además de tener ya casi la certeza de poder anunciar que en esa flota participaron algunos hijos de mi pueblo, Villalpando, lo que sí tengo muy claro es que cuanto aprendí de este tema en las clases de historia de mi querido profesor, el Hermano Francisco Ruiz, recién estrenada la década de los ochenta, era completamente cierto (como todo lo que este fraile me enseñó).
Verán ustedes: para resumir, existían dos teorías:
Primera: La Armada Invencible fue hundida y derrotada por la Armada Inglesa.
Segunda: La Armada Invencible fue diezmada por los temporales de altamar.
Hoy en día es absurdo hablar de dos teorías pues ni siquiera los historiadores ingleses sostienen la primera de las dos posturas anunciadas, sólo la mantienen esos "sabios de bar" a los que me he referido al principio de esta exposición. Con ello piensan que dan lecciones de democracia, mientras que a los demás nos llaman "carcas", indocumentados e, incluso, fascistas (tiene narices el asunto).
La Historia:
En 1588 una gran flota española partió de Lisboa con la intención no de invadir Inglaterra, como creen muchos -entre ellos, mi sabio amigo-, sino la de ser escolta y dar cobertura al ejército español acantonado en Flandes bajo el mando de Alejandro Farnesio, duque de Parma. La Armada Invencible debía recoger a ese ejército y desembarcarlo en Inglaterra, poner cerco a Londres y, si fuera posible, dar captura a la reina inglesa, Isabel II, para "ponerla las peras a cuarto" (me encanta este refrán).
Ya antes de partir hubo problemas, el más grande de todos fue el repentino fallecimiento del artífice de esta Armada, el hombre que iba a ser su comandante: Alvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, el mismo que comandara, junto a Juan de Austria, la flota que derrotó al Imperio Turco en la batalla de Lepanto. Si desdichado fue este fallecimiento, más desdichada fue la elección de su sucesor: Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina-Sidonia, un hombre de tierra adentro que no tenía ni pajuelera idea de cómo dirigir un ejército naval.
Nada más salir de Lisboa (entonces Portugal formaba parte del Imperio Español), cuando los barcos se encontraban a la altura de La Coruña, la Grande y Felicísima Armada (que así fue como se la denominó originariamente) sufrió el primer temporal. Muchas naves fueron arrastradas hacia el Golfo de Vizcaya y, otras muchas, hacia el Canal de la Mancha. Se necesitaron casi dos meses para volver a reunirlos a todos los barcos, otra vez. Y después de reunidos, pocos días más tarde, una nueva galerna separó, otra vez, cuarenta barcos del grueso de la flota, lo que hizo perder un tiempo precioso en la ejecución de los planes hispanos.
Cuando la Armada Española alcanza Inglaterra, la flota inglesa se había refugiado en Plymouth, muerta de miedo por lo que se le venía encima. Aquí está el error más grande del almirante español, don Alonso Pérez de Guzmán, pues en vez de atacarla y destruirla sin problemas (el viento impedía que los barcos ingleses abanonaran el puerto y se hicieran a la mar), siguió las órdenes estrictas marcadas por Felipe II de reunirse con el ejército de Flandes y pasó de largo. Si hubiera atacado y destruido esa flota inglesa -inmovilizada en puerto-, la historia del mundo, hoy, sería otra.
Tras pasar de largo, en medio de grandes temporales, la Grande y Felicísima Armada intenta refugiarse en la isla de Wight, pero es seguida de cerca por esa armada inglesa que estaba refugiada en Plymouth. Naturalmente, los ingleses ni sueñan con intentar un combate directo, sólo atacan a algún que otro barco rezagado con problemas por el temporal. Cuando la escuadra española se vuelve y planta cara, ésta ejecuta una maniobra espectacular -que se estudia en los libros de estrategia naval- adoptando una formación de media luna que imposibilita el acercamiento inglés. Los ingleses concentran su fuego en uno de los extremos de esa media luna, pero en cuanto los barcos españoles se acercan para el abordaje, los ingleses huyen con el rabo entre las piernas: en aquella época no había nada más temido que un español cabreado con una navaja de Albacete en la mano.
El paso del Canal de la Mancha fue horrible: temporal tras temporal, barcos que se perdían sin posibilidad de ser localizados, ingleses cebándose con alguna fragata española desarbolada y perdida y que huían como ratas en cuanto divisaban al galeón español que venía a rescatarla...
La única batalla digna de mención fue el cañoneo que se produjo frente a las costas de la ciudad francesa de Gravelinas (al lado de la frontera con Bélgica). El resultado fue el de siempre: huida inglesa tras agotar la munición y constatar que no había forma de hincar el diente a la flota hispana. Los españoles no consideraron esta huida como una victoria pues el objetivo de aislar el barco de Drake (almirante inglés) y darlo caza no fue conseguido.
Después de la batalla de las Gravelinas, nuevos temporales desplazan a la Armada Invencible hacia el Norte y el objetivo de reunirse con el ejército de Flandes se va al garete. Los barcos rodean toda la isla de Gran Bretaña y, tras múltiples naufragios, regresan a los puertos hispanos (Santander).
Las consecuencias:
La historia de la Armada Invencible es uno más de los episodios de la guerra entre España e Inglaterra que tuvo lugar entre los años 1585 y 1604. Si bien esta guerra acabó con victoria española -pese a lo que diga mi amigo, el erudito-, plasmada en el Tratado de Londres de 1604, en el que participó como legatario un villalpandino: don Juan Fernández de Velasco y Tovar, condestable de Castilla, el capítulo referido a la Armada Invencible (denominación que se debe a los propios ingleses cuando comprobaron que eran incapaces de acabar con ella) es considerado por los autores como una derrota española, simplemente porque no se consiguió el objetivo pretendido: transportar el ejército de Flandes hasta Inglaterra. La inmensa mayoría de los barcos, sobre todo los construidos específicamente para la guerra en el mar, volvieron sanos y salvos a España; los que quedaron por el camino fueron aquellas otras embarcaciones mercantes adaptadas para la ocasión.
España e Inglaterra se desangraron en esta guerra, sobre todo Inglaterra, que no tenía a su alcance los recursos americanos; guerra en la que hay otros episodios como los paseos de los infantes de marina españoles por el sur de Inglaterra, celebrando misas católicas a las que asistían los mismos ingleses (en contra de esa falacia tan extendida de que Inglaterra nunca ha sido invadida), la batalla de Blaye, la de Cornualles, la de Puerto Rico, todas ellas con aplastante victoria española, hechos históricos de los que mi amigo, el catedrático de "Historia de Taberna", no tiene ni la más remota idea. A él le dedico este artículo, sólo por ver si antes de hablar empieza, primero, estudiando un poco, que le hace falta.
Varo, indignado.