Aunque me
creía curado de todos los espantos aún sigo sorprendiéndome de algunas cosas;
sobre todo, del tremendo ridículo que algunos y algunas hacen en público sin que
la cara se les caiga de vergüenza.
Hace algunos
días, no muchos, encendí el televisor como siempre suele hacerse en mi casa a
la hora de las comidas pues conservo esa vieja costumbre aprendida de mis
padres. No sé si será bueno o malo, pero me gusta enterarme de lo que pasa en el
mundo y, por supuesto, me interesa mucho lo que ocurre en mi país (España, sí,
Es-pa-ña, lo digo silabeando su nombre ya que no siento pudor alguno al
pronunciarlo). El caso es que ese día al que me refiero la televisión pública
daba un amplio resumen de la gala de los premios Goya y créanme ustedes si les
digo que sentí vergüenza ajena.
Uno tras otro
fueron sucediéndose en la tribuna de oradores los actores premiados que, para
no variar, siguen sin cambiar el disco de siempre al que ya nos tienen
acostumbrados: ese discurso progre y enrollado, de coleguilla quinceañero
militante en la Joven Guardia Roja, que busca el aplauso y la lágrima fácil,
que confunde originalidad con notoriedad y desconoce por completo el significado
de la palabra “hipócrita”.
Esta vez no
tocaba esgrimir el “Nunca Mais” y el “No a la guerra”, aunque guerras siga
habiendo muchas; eso ya no está de moda. Ahora era la ocasión para que una actriz
mediocre que necesita hacer anuncios de hipotecas en la tele se lamentara del
drama de los desahucios (¿instados quizás por la misma financiera que paga sus
facturas?) buscando así el aplauso fácil de sus semejantes. ¿Se dan ustedes
cuenta de la cara que hay que tener?
También era
el momento para que una actriz no ya mediocre ni mala, más bien pésima, soltara
el rollo lacrimógeno de hospitales sin mantas ni agua potable. ¿Se refería a
algún hospital de Burkina Faso o del Kurdistán? Yo también he visto morir a
seres queridos en hospitales públicos y, desde luego, no les faltó nunca ni
mantas ni comida ni agua ni medicinas ni el calor humano y la atención de buenísimos
profesionales. Ya hay que ser retorcido para decir estas cosas…
Lo único
cabal que escuché fue la queja del presidente de la Academia por la subida del
IVA cultural al 21%. Más razón que un santo.
Desde luego
que no escuché ni a la señora de los desahucios ni a la otra de los hospitales dar las gracias por el
montón de millones que el cine español percibe del Estado, es decir, de
nuestros impuestos. Si no fuera por las subvenciones el cine español no
existiría, aunque a estas alturas de la película, no sé ya qué sería mejor.
Aparte de Tadeo Jones, la próxima entrada que saque para una película en la
gran pantalla será con la intención de disfrutar viendo a actores de verdad: Jack
Nicholson, Robert De Niro, Al Pacino, Jeremy Irons, Meryl Streep o Mel Gibson… Y no para morirme de asco con las actuaciones
ridículas y pueriles de estos otros aficionados
de aquí, siempre tan sobrados y tan llenos de sí mismos (salvo honradas excepciones).
Ruego me
perdonen el tono subido de este artículo pero es que me fastidia la gente vanidosa
y mediocre que, además de creerse en posesión de la verdad, muerde la mano que
le da de comer.
Varo.
2 comentarios:
En este caso , y según parece, tienes toda la razón, es más ,puedo decirte que los recortes han afectado tal vez en mayor medida a la sanidad privada, sé de lo que hablo.
Yo podria estar en la sanidad privada y he escogido seguir siempre en la pública, y es que hoy por hoy, no tengo queja ningúna.
Saludos.
Anónimo
Fernando. A veces, los que por hábito o educación, somos tan moderados y comedidos, es preciso, si, que seamos más rotundos y digamos un NO,alto y claro. como haces en esta ocasión.
Tienes toda la razón.
Saludos.
Ramón.
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