En los tiempos de la vieja Roma,
la gratuidad era una de las características esenciales de todas y cada una de
las magistraturas. Es decir, que pretores, cuestores, cónsules, tribunos de la
plebe, censores e, incluso, los dictadores de tiempos de crisis no cobraban ni
un duro, quiero decir, ni un sestercio. O lo que es lo mismo: aquella élite política
de dirigentes, por amor al arte, hizo
de Roma el único imperio histórico no superado aún, conceptualmente hablando.
Resulta, por otro lado, que
además de no cobrar, el cargo siempre era gravoso para el magistrado, es decir,
para el político romano. Con cargo a su patrimonio personal costeaba juegos,
espectáculos, obras públicas; acuñaba moneda de plata y oro (la de bronce se
reservaba al Senado), mantenía unidades militares... Por poner un ejemplo, la
Legión V “Alaudae”, formada por unos cinco mil galos trasalpinos fue reclutada
por Julio César, quien pagó de su bolsillo a los soldados que la componían
durante una buena parte del tiempo que duró la conquista de la Galia. Otro
tanto hicieron Marco Antonio, y Pompeyo.
Este principio de la gratuidad en
el ejercicio del poder político se mantuvo intacto –como afirma A. Torrent, mi
catedrático de Derecho Romano- hasta el final y sólo se suavizó concediendo a los magistrados (a los
políticos) el importe de los gastos de cuantos viajes hicieran, previa
justificación o “censura”. Así pues,
quien se metía en política buscaba el poder, por sí mismo o por otro tipo de ventajas
distintas a las económicas.
Otra de las características de
las magistraturas romanas era la RESPONSABILIDAD:
Por el hecho de haber llegado a
magistrado, un ciudadano romano no quedaba exonerado de la legalidad. Si bien
durante el ejercicio de su mandato sus decisiones debían ser acatadas, cuando
éste finalizaba respondían, incluso con su patrimonio privado, de todos los
actos lesivos que hubiesen cometido contra los derechos privados y los del
Estado. No se consideraba admisible que un magistrado, durante el tiempo de su
mandato, pudiese ser llevado a un tribunal, pero al finalizar su cargo y
convertirse, otra vez, en ciudadano de a pie, respondía con toda su fortuna.
Así, claro está, procuraban hacer las cosas bien.
Si cuento toda esta retahíla es
porque, en realidad, quería haber hablado de otros políticos muy distintos a
los romanos; de nuestros políticos y de la crisis moral de buena parte de la
clase política de este país. Pero, por no ponerme de mal humor, mejor será que
lo deje para otro día. Por el momento, con los datos que les he dado, vayan
comparando ustedes entre unos y otros, entre los de entonces y los de ahora.
Varo.
3 comentarios:
Cúalquier tiempo pasado fué mejor!
Siempre he dicho que al final a Franco le van a hacer bueno, como sigan asi.
Lo de nuestros politicos no tiene nombre...y lo peor es que no los necesitamos, no necesitamos ladrones de guante blanco, sino buenos gestores(nunca politicos)
Saludos.
Si a los de ahora les obligan a hacer esto,a alguno le da un infarto y muchos lo dejarian.
Un abrazo.
Me temo que no es tan bonito como lo pintas. Como bien dices, los cargos romanos no cobraban "de manera directa" y ademas tenian que pagar festejos y demas, pero de donde salia todo ese dinero, ¿acaso les manaba de un pozo?. Evidentemente lo obtenian de ejercer el poder y viceversa.
Vamos que los cargos no se cubrian por competencia sino por pagar por ellos, por lo que tenemos claro quien los ejercia. (Un paralelismo en nuestros dias, lo tebnemos en los candidatos del partido republicano de EEUU a la casa blanca que son todos millonarios)
Y ya solo recordar que en dichoso imperio americano, perdon romano, su economina se basaba en la esclavitud. Todo un ejemplo a seguir.
tambien seria
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